La historia de la obra de la redención de Jehová Dios en el Antiguo Testamento: La importancia del pacto

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Dios administra su obra de redención para la salvación de la humanidad. En el Antiguo Testamento, Dios Padre, que obraba en el nombre de Jehová, puso la piedra angular para su obra de redención basándose en su elección y pacto. Él escogió a los israelitas, estableció el antiguo pacto con ellos y salvó a quienes lo guardaron. A través de esta historia del Antiguo Testamento, podemos ver el flujo general de la obra de la redención de Dios.

Historia de la obra de la redención de Jehová Dios: Parte I, desde la creación hasta la época patriarcal

Adán y Eva fueron expulsados del huerto del Edén

En el principio, creó Dios los cielos y la tierra. Formó a los seres humanos del polvo de la tierra y del aliento de vida, y les hizo habitar en el huerto del Edén. En el huerto, estaba el árbol de la vida que podían vivir para siempre si comían de él. Sin embargo, debido a la astucia de la serpiente, Adán y Eva pecaron y comieron del árbol de la ciencia del bien y del mal, y fueron expulsados del Edén.

Dios mostró a Adán la verdad que podía restaurar el árbol de la vida, y Adán testificó esto a Caín y a Abel. Caín no aceptó la verdad, pero Abel la recibió. Mientras Caín ofrecía a Dios los frutos de su cosecha a su parecer, Abel sacrificó un cordero derramando sangre en obediencia. Como resultado, Dios miró con agrado la ofrenda de Abel (Gn 4:1-4). Este sacrificio a través del derramamiento de sangre pasó de generación a generación hasta el tiempo de Moisés (Gn 8:20-21, 12:7, 15:9).

Dios eligió a Noé

Mientras que algunos descendientes de Adán, como Abel y Enoc, vivieron conforme a la voluntad de Dios, muchos de ellos no lo hicieron. Finalmente, en los días de Noé, el mundo se llenó de maldad y Jehová Dios destruyó el mundo con un diluvio. Sin embargo, en medio de ello, le dio a Noé la gracia de la salvación al hacer que construyera el arca antes del diluvio.

Después del diluvio, los descendientes de Noé se reunieron y construyeron la torre de Babel con arrogancia, y de esta manera fueron en contra de la voluntad de Dios. Dios confundió el idioma que había sido uno hasta entonces, para que no pudiera entenderse el idioma del otro, y los esparció por toda la tierra.

Dios estableció el pacto con Abraham

Dios llamó a Abraham, que vivía en Ur de los caldeos, y le prometió la tierra de Canaán y mucha descendencia. Abraham obedeció absolutamente la palabra de Dios y se dirigió a Canaán. Cuando Abraham tenía noventa y nueve años, Dios estableció su pacto para él y con su descendencia que nacería el año siguiente, le prometió ser su Dios e hizo la circuncisión como la señal del pacto (Gn 17:1-14).

Isaac, Jacob e Israel

Abraham tenía cien años cuando su hijo Isaac nació de su esposa Sara de acuerdo con la promesa de Dios. Dios hizo que Isaac se convirtiera en el heredero de Abraham. E Isaac tuvo dos hijos gemelos, Jacob y Esaú. Dios escogió a Jacob, el hijo menor que había prometido antes de su nacimiento para heredar la primogenitura y la bendición. Jacob recibió el nombre de Israel después de soportar todas las dificultades para recibir la bendición de Dios.

En la tierra de Canaán había una gran sequía. Para salvar a Jacob y a su familia, Dios usó a su undécimo hijo, José, para guiarlos a Egipto. Mientras el tiempo pasaba, los doce hijos de Jacob formaron las doce tribus de Israel. En Egipto, Israel se convirtió en una gran nación, pero sufrió la tiranía de Faraón, rey de Egipto, que desconfiaba de ellos, y poco a poco se convirtieron en esclavos.

Historia de la obra de la redención de Jehová Dios: Parte II, desde el Éxodo hasta el reino unificado

Dios estableció un pacto con Israel y los guio a Canaán.

Jehová Dios liberó a los israelitas de la esclavitud de Egipto enviando al profeta Moisés. Después, Dios proclamó los diez mandamientos en el monte Sinaí y estableció un pacto con ellos. Este fue llamado “antiguo pacto” o “ley de Moisés”. Así, se estableció como ley la regla del sacrificio a través del derramamiento de sangre, que se había impuesto desde Adán. Dios declaró que su pueblo son los que guardan su pacto y ley.

Según lo prometido a Abraham, Dios guio a los israelitas a Canaán. En el camino hacia Canaán, Él enseñó a los israelitas sobre su pacto y leyes para que pudieran guardarlos y recibir bendiciones. La historia de cuarenta años de Israel en el desierto fue un tiempo de refinamiento para probar la fe en Dios y la obediencia a su pacto (Dt 8:1-16). Muchos de la primera generación no pasaron la prueba y cayeron en el desierto. Josué, Caleb y la segunda generación de los israelitas fueron los únicos que recibieron el descanso y la entrada en la tierra de Canaán.

Los israelitas se olvidaron del pacto y adoraron ídolos

Después de la vida de cuarenta años en el desierto, los israelitas llegaron a Canaán y conquistaron la tierra por medio de muchas batallas; sin embargo, olvidaron el pacto y no obedecieron completamente la palabra de Dios: “Expulsen a todos los pueblos que viven en la tierra”. Como resultado, seguían a los cananeos y practicaban idolatría. Los israelitas fueron abusados y oprimidos por sus enemigos debido a su pecado. Cada vez que el pueblo pedía que Dios aliviara su sufrimiento, Él establecía jueces para salvarlos de sus enemigos. No obstante, cuando la paz les llegaba, olvidaban a Dios y pecaban nuevamente. Durante toda la época de los jueces, este círculo vicioso de pecado se repetía.

Al finalizar la época de los jueces, los israelitas pidieron a Dios que designara un rey como las demás naciones. Dios les advirtió sobre la maldad de la monarquía, pero no lo escucharon. Poco después, Dios proclamó a Saúl como el primer rey de Israel y empezó la época del reino unificado. Después, Dios rechazó a Saúl como rey debido a su desobediencia y eligió a David. David conquistó Sion e hizo a Jerusalén su nueva capital, y llevó allí el arca del pacto de Dios. Como David siguió fielmente los estatutos y mandamientos de Dios, fue conocido por Él como un hombre conforme a su corazón. Israel prosperó durante el reinado de David.

Historia de la obra de la redención de Jehová Dios: Parte III: Desde la época de los reinos divididos hasta el retorno de la cautividad

La idolatría de Salomón y la división de Israel

En el tiempo de Salomón, hijo de David, Israel disfrutó de un periodo de mayor prosperidad bajo la bendición de Dios, y se completó la histórica obra de la construcción del templo de Jerusalén. Sin embargo, el rey Salomón abandonó el pacto y los mandamientos de Dios y empezó a adorar ídolos como Astarot y Moloc, hacia el final de su reinado. Como resultado, Israel se debilitó dividiéndose en dos reinos después de la muerte de Salomón: Israel en el norte y Judá en el sur.

Desde el principio, Israel en el norte se alejó de Dios rompiendo su pacto y adorando becerros de oro. Durante toda su historia, continuaron adorando ídolos y sirvieron a dioses ajenos, como Baal y Asera, que eran detestables ante los ojos de Dios. Dios no los protegió y fueron destruidos por el Imperio asirio en 721 a. C.

A veces, Judá en el sur servía a Dios fielmente y Él lo guardaba de invasiones extranjeras. Por ejemplo, Josafat, rey de Judá, siguió los primeros pasos de David guardando la ley de Dios, y fue salvo de la invasión de Moab y Amón. Durante el reinado del rey Ezequías, Judá fue salvo de la invasión de los asirios bajo la protección de Dios, guardando la Pascua que no había sido guardada en mucho tiempo.

Cautividad en Babilonia por abandonar el pacto

Judá en el sur guardó la Pascua y recibió la protección de Dios hasta el 586 a. C. Sin embargo, debido a que sus descendientes abandonaron el pacto de Dios, Judá fue invadido por Babilonia, el pueblo fue llevado cautivo a Babilonia y Jerusalén, la capital de Judá en el sur, se volvió un campo desierto (2 R 24:14).

A través del profeta, Dios profetizó que el pueblo de Judá, que había sido llevado a Babilonia, regresaría a su tierra natal después de setenta años de cautiverio (Jer 25:11). Setenta años después, quienes soportaron, creyendo en la profecía, pudieron regresar a su patria con gozo y deleite. A pesar de muchas dificultades, como el impedimento de los samaritanos, hicieron todos los esfuerzos posibles para la reconstrucción del templo de Jerusalén y los muros del templo. El pueblo se dio cuenta de que habían sido atacados por un reino extranjero y se habían convertido en un pueblo sin estado porque habían olvidado el pacto y las leyes de Dios. Por lo tanto, se esforzaron por no traicionar jamás el pacto de Dios y por guardar firmemente la ley de Moisés. Estos esfuerzos continuaron hasta la primera venida de Jesús.

La obra de la redención de Jehová Dios y la importancia del pacto

El núcleo de la obra de la redención dirigida por Dios en el Antiguo Testamento fue sin duda el pacto. Dios llamó a su pueblo “los que hicieron con Él pacto con sacrificio” (Sal 50:4-5), y de esta manera enfatizó que la relación entre Dios y su pueblo estaba entrelazada con la ley y el pacto. Dios siempre bendecía a quienes guardaban el pacto y destruía a quienes lo suprimían o abandonaban (Jer 11:6-11).

Por ejemplo, Ezequías, rey de Judá en el sur, consagró el templo inmediatamente después de su ascensión al trono y guardó la Pascua, el pacto de Dios, que no había guardado durante mucho tiempo. Él envió correos a Israel en el norte para incentivarlos a guardar la Pascua juntos, pero la gente se reía y se burlaba de ellos (2 Cr 30:1-10). Más tarde, ante la invasión de los asirios, Israel en el norte, que había quebrantado el pacto, fue destruido. Sin embargo, Judá en el sur, que había guardado el pacto, fue protegido por Dios (2 R 18:9-12, 19:30-34).

Esta historia se repitió en los días del rey Josías. El rey Josías guardó la Pascua según las palabras del pacto y fue reconocido por Dios como el único que obedeció su ley con todo su corazón, alma y fuerzas (2 R 23:21-25). Sin embargo, después de la muerte de Josías, Judá en el sur abandonó el pacto de Dios y fue invadido por Babilonia y pereció. A través del profeta Jeremías, Dios les dijo claramente por qué el desastre vino sobre ellos.

“Y no pudo sufrirlo más Jehová, a causa de la maldad de vuestras obras, a causa de las abominaciones que habíais hecho; por tanto, vuestra tierra fue puesta en asolamiento, en espanto y en maldición, hasta quedar sin morador, como está hoy. Porque ofrecisteis incienso y pecasteis contra Jehová, y no obedecisteis a la voz de Jehová, ni anduvisteis en su ley ni en sus estatutos ni en sus testimonios; por tanto, ha venido sobre vosotros este mal, como hasta hoy.” Jer 44:22-23

Jehová Dios establecerá un nuevo pacto

Jehová Dios escogió a Israel, estableció el antiguo pacto con ellos y los guio con el fin de dar una lección a los israelitas espirituales, es decir, a los santos que serían salvos a través de esto (Ro 15:4). La historia del Antiguo Testamento, en la que aquellos que siguieron fielmente el antiguo pacto fueron bendecidos, significa que los que aprecian y guardan el pacto de Dios también recibirán la bendición de la salvación incluso en épocas posteriores.

“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. […] Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” Jer 31:31-33

Jehová Dios profetizó que Él establecería un nuevo pacto. Además, prometió que quienes guarden la ley del nuevo pacto serán su pueblo, y Él su Dios. Esta profecía se cumplió en el Nuevo Testamento cuando Jesús guardó la Pascua con sus discípulos en el aposento alto de Marcos y estableció el nuevo pacto (Lc 22:19-20). En el Antiguo Testamento, Dios estableció el pacto y la ley con su pueblo escogido, y permitió gracia a quienes lo obedecieron con fe. Del mismo modo, en los tiempos del Nuevo Testamento, también estableció el nuevo pacto y la ley de Cristo para los escogidos, y da salvación y vida eterna a quienes lo guardan.

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