La historia del profeta Moisés: Su vida de ciento veinte años desde su nacimiento hasta su muerte

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Moisés sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto, siguiendo la voluntad de Dios. La vida de Moisés se encuentra escrita en los libros de Éxodo y Números, en la Biblia. Dejando atrás su vida espléndida en el palacio real egipcio, se convirtió en el líder de los israelitas y llevó una vida de sufrimientos junto con ellos. Escuchó la voz de Dios directamente y envió el mensaje al pueblo, y los iluminó con el poder y la gloria de Dios para que pudieran entrar en Canaán, la tierra prometida.

Nacimiento de Moisés y llamado de Dios

Después de que Jacob (Israel) se estableciera con su familia en la tierra de Gosén en Egipto según la recomendación de José, los israelitas (los hebreos) se multiplicaron día tras día (Ex 1:7). Con el tiempo, todas las personas que vivieron en los días de José murieron, y el nuevo Faraón, que no conocía a José, accedió al poder. A Faraón le preocupaba que, si estallaba la guerra, el pueblo hebreo que estaba en su país se uniera a sus enemigos y atacara Egipto. Así que puso sobre ellos comisarios de tributos para oprimirlos con trabajos forzosos. Sin embargo, cuanto más los oprimían, más se multiplicaban. Faraón dio una orden a todo su pueblo de que cada niño hebreo que naciera tenía que ser echado al Nilo, pero que las niñas podrían vivir.

Mientras tanto, un niño había nacido de Amram y Jocabed, quienes eran levitas. Jocabed lo escondió tres meses. Como ya no podía esconderlo más, lo colocó en una canasta de arquilla y lo puso entre un carrizal a la orilla del Nilo. Entonces, la hija de Faraón fue a lavarse en el Nilo y encontró al niño. Aunque sabía que era un bebé hebreo, sintió compasión por él y lo tomó como su hijo, llamándolo Moisés, diciendo: “Porque de las aguas lo saqué”. Desde entonces, Moisés vivió como el hijo de la hija de Faraón hasta que cumplió cuarenta años (Hch 7:21-23).

Un día, después de que Moisés creciera, vio a su propio pueblo sufriendo duras tareas. Entonces vio a un egipcio golpeando a un hebreo, uno de su propio pueblo. Enfurecido, mató al egipcio. Cuando Faraón escuchó esto, trató de matar a Moisés, pero Moisés huyó de Faraón y habitó en Madián. En Madián, se casó con Séfora, la hija del sacerdote Reuel, y se estableció allí.

Moisés vivió como un pastor, cuidando el rebaño de su suegro. Un día, llevó al rebaño hasta Horeb, el monte de Dios (Ex 3:1). Allí vio a una zarza que ardía en fuego, pero no se quemaba. Fue a acercarse a ese extraño lugar. Entonces Dios habló a Moisés en medio de la zarza. Diciendo que había visto la miseria de su pueblo en Egipto y escuchado el clamor de ellos, encomendó a Moisés la misión de sacar a los israelitas de Egipto. Primero, Moisés se negó a aceptar la misión de Dios. Sin embargo, pronto se dio cuenta del poder y la ayuda de Dios, y fue a Egipto con su familia para obedecer la palabra de Dios, despidiéndose de su suegro. Moisés tenía ochenta años cuando esto ocurrió (Hch 7:30-34).

Las diez plagas y la Pascua

Moisés y su hermano mayor Aarón fueron a Faraón y le dijeron que Jehová Dios de Israel le exigía que dejara ir a su pueblo. Faraón se negaba, diciendo: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel?”. Moisés y Aarón hicieron la petición nuevamente, pero Faraón seguía negándose. En cambio, incrementaba el intenso trabajo de los hebreos. Los israelitas se vieron en problemas y se quejaron contra Moisés y Aarón. Moisés apeló a Dios, diciéndole que Faraón afligía más a los israelitas desde que había ido a él para comunicar la palabra de Dios.

Dios hizo caer diez grandes plagas sobre Egipto una tras otra. Todo Egipto se vio afectado por las plagas, desde la primera, en la cual toda el agua del Nilo se convirtió en sangre, y siguiendo con la plaga de ranas, la plaga de piojos, la plaga de moscas, la plaga en el ganado, la plaga de úlceras, la plaga de granizo, la plaga de langostas y la plaga de tinieblas. Aun así, solo la tierra de Gosén, donde los israelitas moraban, estuvo libre de plagas. Cada vez que una plaga se presentaba, Moisés y Aarón iban a Faraón y le pedían que dejara ir a los israelitas. El rey, afligido, prometía dejarlos ir, pero cada vez que la plaga se retiraba, su corazón se endurecía aun más y rompía su promesa.

La décima plaga era la muerte de todos los primogénitos. Dios llamó a Moisés y Aarón y les dijo cómo los protegería de la plaga. Era celebrando la Pascua. Dios dijo que la sangre del cordero de la Pascua sería una señal y que la plaga pasaría sobre cualquier casa que tuviera la sangre. Moisés convocó a todos los ancianos de Israel y transmitió la palabra de Dios. Los israelitas hicieron como Dios les había mandado.

En la noche de la Pascua, Dios mató a todos los primogénitos de los egipcios y de su ganado, y hubo un gran clamor en todo Egipto. Como Faraón ya no podía soportar, llamó apresuradamente a Moisés y Aarón durante la noche y les dijo que dejaran Egipto con los israelitas y su ganado y que sirvieran a Dios. Los egipcios también instaron a los israelitas a que se apresuraran a abandonar el país. Moisés y los israelitas finalmente dejaron Egipto después de una largo tiempo de esclavitud en el día quince del primer mes, el día después de la Pascua (Nm 33:3). Dios mandó a los israelitas conmemorar la Pascua como estatuto perpetuo para las generaciones venideras, porque mostró su poder cuando fueron liberados de la esclavitud de Egipto (Ex 12:1-14). Asimismo, estableció la Fiesta de los Panes sin Levadura como una fiesta para recordar los sufrimientos que los israelitas atravesaron desde el día siguiente de la Pascua hasta cruzar el mar Rojo.

El milagro del mar Rojo y la proclamación de los diez mandamientos

Los israelitas salieron de Egipto y llegaron delante del mar Rojo (Ex 14:1-2) Faraón cambió de parecer y los persiguió con todo su ejército y con toda la caballería. Atemorizado, el pueblo clamó a Dios y se quejaron contra Moisés. Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar como Dios le había ordenado, y el mar se convirtió en tierra seca y las aguas se dividieron. El pueblo cruzó el mar toda la noche, teniendo las aguas como muro a su izquierda y a su derecha.

Al amanecer, el pueblo había llegado a salvo al otro lado del mar. Moisés extendió su mano sobre el mar, y el mar regresó a su lugar. Las aguas cubrieron a todo el ejército de Faraón, que había seguido a los israelitas hasta dentro del mar. Ninguno de ellos sobrevivió. Presenciando el gran poder de Dios, los israelitas finalmente temieron a Dios y pusieron su confianza en Moisés, dando gracias y gloria a Dios. El día en que cruzaron el mar Rojo y llegaron al otro lado se fijó como la Fiesta de las Primicias, y el pueblo de Dios tenía que celebrarla cada año.

Los israelitas llegaron al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes según el calendario sagrado, un mes después que salieran de Egipto. Cuando se les acabó la comida, murmuraron de nuevo contra Moisés y Aarón, diciendo que los hacían morir de hambre en el desierto. Dios hizo descender maná del cielo. En el día sexto, Dios dio el doble de maná al pueblo para preparar el Día de Reposo del séptimo día.

El primer día del mes tercero según el calendario sagrado, el día cuarenta después de cruzar el mar Rojo, los israelitas llegaron al desierto de Sinaí y acamparon frente al monte Sinaí. Moisés fue llamado por Dios y subió al monte Sinaí. En el día tercero, Dios descendió al monte Sinaí en fuego y proclamó los diez mandamientos. El pueblo tembló de miedo cuando vieron los truenos y relámpagos y oyeron el sonido de bocina y vieron el monte que humeaba. Sugirieron a Moisés que él les entregara el mensaje de Dios, diciendo que tenían miedo de morir. Así que Dios hizo que el pueblo regresara a sus tiendas y llamó a Moisés y le dio todos sus mandamientos, decretos y leyes, incluyendo las fiestas de tres tiempos, haciendo que enseñara al pueblo a obedecerlos.

Cuando Moisés regresó y entregó todo el mensaje que Dios le había dicho, el pueblo respondió a una sola voz que lo obedecerían. A la mañana siguiente, Moisés construyó un altar al pie de la montaña y ofreció holocaustos y ofrendas de paz a Dios. Dios dijo a Moisés que subiera al monte Sinaí de nuevo y recibiera las tablas de piedra con la ley y mandamientos —los diez mandamientos— que había escrito en ellas, a fin de que los enseñara al pueblo. En el día cincuenta después de cruzar el mar Rojo, Moisés subió al monte. La nube cubrió el monte, y la gloria de Dios reposó sobre él. Moisés permaneció en el monte Sinaí cuarenta días y cuarenta noches (Ex 24:18). Dios le mostró la estructura y el tamaño del santuario, y le dijo que lo construyera exactamente como le había mostrado (Ex 25:1-9). También le dio las dos tablas del testimonio escritas por su dedo. El día en que Moisés subió al monte Sinaí para recibir los diez mandamientos es el origen de la Fiesta de las Semanas.

Adoración del becerro de oro y construcción del tabernáculo

El pueblo hizo un ídolo en forma de becerro de oro y lo adoró porque Moisés no descendía del monte durante cuarenta días. Mientras bajaba del monte, Moisés vio al pueblo adorando al ídolo y ardió en ira. Tiró las tablas de su mano, quebrándolas al pie del monte. Como el pueblo había enloquecido, Moisés ordenó a los levitas matar a quienes habían adorado al becerro de oro. Ese día murieron cerca de tres mil personas.

Entonces, Moisés se arrepintió por los pecados del pueblo y pidió a Dios el perdón. El pueblo lloraba, despojándose de sus atavíos, purificando sus corazones y adorando a Dios fuera del campamento. Moisés tomó el tabernáculo fuera del campamento a cierta distancia, pidiendo a Dios que fuera con los israelitas. Ante su ferviente oración, Dios le dijo que hiciera dos tablas de piedra como las primeras y subiera al monte Sinaí. En el primer día del sexto mes según el calendario sagrado, Moisés subió al monte Sinaí con dos tablas de piedra, y Dios escribió las palabras del pacto, los diez mandamientos, en las tablas. Cuarenta días después, en el décimo día del séptimo mes, Moisés bajó del monte con los diez mandamientos y transmitió la palabra de Dios a todos los israelitas (Ex 34:32). Dios fijó el día cuando Moisés descendió por segunda vez con los diez mandamientos como el Día de Expiación, y el primer día del séptimo mes, diez días antes del Día de Expiación, como la Fiesta de las Trompetas.

Luego, Moisés empezó a construir el tabernáculo para guardar las tablas de los diez mandamientos, como Dios le había ordenado. Juntó a los israelitas y les dijo que necesitaban muchas ofrendas y hombres sabios para la construcción del santuario y para la decoración. Todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, llevó ofrendas con alegría (Ex 35:1-29). El pueblo se esforzó mucho por ofrecer materiales para el tabernáculo durante una semana. Moisés designó a Bezaleel y a Aholiab como encargados de la construcción del tabernáculo, y a todo aquel que estaba dispuesto se le permitió ir y hacer la obra. Para conmemorar el momento en que el pueblo juntó los materiales y construyó el tabernáculo, Dios estableció la Fiesta de los Tabernáculos y mandó a los israelitas guardarla. En el primer día del primer mes del año siguiente, se completó el tabernáculo. Entonces una nube cubrió el tabernáculo, y la gloria de Jehová lo llenó.

En el día catorce del primer mes al anochecer según el calendario sagrado, los israelitas celebraron la Pascua en el desierto de Sinaí, en obediencia a la palabra de Dios. En el primer día del segundo mes, Dios mandó a Moisés realizar un censo (Nm 1:1-2).

Después de la exploración de Canaán

Moisés y los israelitas llegaron a Cades-barnea en el desierto de Parán y acamparon allí (Dt 1:19). Moisés seleccionó a doce hombres de cada tribu para ser los representantes y los envió a explorar la tierra de Canaán como Dios le había mandado. Diez de los espías que habían regresado después de explorar Canaán durante cuarenta días dieron un mal reporte sobre la tierra, diciendo que los habitantes del lugar eran demasiado fuertes para que Israel los derrotara. El pueblo, desanimado, clamó y lloró en voz alta, quejándose contra Moisés y Aarón. Sin embargo, Josué y Caleb, que estaban entre los que habían explorado la tierra, rompieron sus vestidos, y dijeron a toda la congregación: “Dios nos dará la tierra porque Él está con nosotros. Comeremos como pan al pueblo de Canaán”. El pueblo, consumido por su propio miedo, no escuchó a Josué ni a Caleb, en cambio trataron de apedrearlos. Jehová, cuya ira se encendió contra la congregación de Israel, reprendió al pueblo y les dijo que ninguno de los varones de veinte años a más, que habían murmurado contra Él, entraría en la tierra prometida, excepto Josué y Caleb. Después de lo sucedido, los israelitas deambularon en el desierto.

Coré, que pertenecía a la tribu de Leví, al igual que los hijos de Rubén llamados Datán, Abiram y On, codiciaron el sacerdocio y se volvieron insolentes. Se levantaron contra Moisés y Aarón con doscientos cincuenta príncipes de Israel (Nm 16:1-2). Moisés los reprendió por tomar sus posiciones a la ligera y codiciar el sacerdocio, rebelándose contra Jehová. Sin embargo, no lo escucharon. Como resultado, abrió la tierra su boca y tragó a Coré, Datán y Abiram, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y todos sus bienes. Los doscientos cincuenta líderes que conspiraron con Coré fueron consumidos por el fuego de Dios. Al día siguiente, toda la congregación de Israel murmuró contra Moisés y Aarón diciendo: “Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová”. Enfurecido, Jehová derramó una mortandad sobre ellos y catorce mil setecientas personas murieron por la mortandad.

Los israelitas deambulaban por el desierto hasta que llegaron al desierto de Zin, y permanecieron en Cades (Nm 20:1, 33:36-37). Como la congregación no encontraba agua para beber, el pueblo se quejó contra Moisés y Aarón. Entonces Dios dijo a Moisés y a Aarón que golpearan la piedra con la vara para que saliera agua. Reunieron a la congregación frente a la roca y dijeron: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?”. Entonces Moisés golpeó la roca dos veces con su vara. El agua brotó, y bebieron la congregación y sus bestias. Por desgracia, esa declaración de Moisés fue un error. Aunque fue Dios quien sacó agua de la roca, Moisés, que había sufrido por las constantes quejas del pueblo, habló como si él hubiera dado el agua. Jehová dijo a Moisés y a Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado”.

El incidente de la serpiente de bronce y la idolatría

Cuando los israelitas dejaron el monte de Hor, fueron forzados a tomar un largo camino alrededor de Edom, porque el rey de Edom no les permitió pasar por su tierra. Entonces el pueblo se impacientó y se quejó contra Dios y Moisés nuevamente (Nm 21:4-5). En respuesta a su queja, Dios envió serpientes ardientes para que mordieran al pueblo, y muchos comenzaron a morir.

El pueblo fue a Moisés y le pidieron que rogara a Dios que quitara las serpientes, reconociendo que habían pecado quejándose contra Jehová y Moisés. Cuando Moisés oró por el pueblo, Dios dio instrucciones a Moisés: “Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre un asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá”. Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente y miraba a la serpiente de bronce, vivía.

Mientras Israel se quedaba en Sitim, las moabitas seducían a los hombres, haciendo que se entregaran a la fornicación con ellas. Los invitaron a los sacrificios de sus dioses, haciéndoles comer y postrándose ante esos dioses junto con ellas. Israel se unió en adoración a Baal-peor, un ídolo.

El furor de Jehová se encendió sobre ellos. Así que envió una mortandad a Israel, y mucho pueblo murió por la mortandad. Moisés dijo a los jueces de Israel que mataran a todos aquellos que se reunieron en adoración a Baal-peor, y el pueblo lloró a la entrada del tabernáculo. En ese momento, el varón de una familia simeonita trajo a una madianita a su tienda a ojos de Moisés y toda la congregación de Israel. Cuando Finees, hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, lo vio, su ira se desató. Así que tomó una lanza en su mano y siguió al varón hasta la tienda y los mató. Entonces la mortandad cesó. El total de quienes murieron por la mortandad fue de veinticuatro mil. Después de que la mortandad terminara, Dios ordenó a Moisés y al sacerdote Eleazar que de nuevo hicieran un censo en las llanuras de Moab (Nm 26:1-2). Fue el segundo censo realizado en el lugar, cerca de cuarenta años después del censo anterior hecho en el desierto de Sinaí.

Muerte de Moisés

Después de vivir cuarenta años en el desierto, Dios dijo a Moisés que subiera al monte Nebo, y viera Canaán, la tierra que fue dada a los israelitas. Pero entonces le dijo que no podría entrar en la tierra prometida por no haberlo santificado cuando el pueblo se quejaba por no tener agua en Cades en el desierto de Zin. También le dio la orden de traer a Josué, hijo de Nun, y poner su mano sobre él para nombrarlo como líder de Israel. Moisés hizo como Dios le había mandado. Tomó a Josué y lo puso delante del sacerdote Eleazar y de toda la congregación. Entonces puso su mano sobre él y lo nombró líder.

Dios declaró a Moisés que se reuniría con sus antepasados al morir después de vengarse de los madianitas por haber hecho caer a los israelitas en la fornicación y la idolatría. Por ello, Moisés seleccionó a mil hombres de cada tribu, doce mil en total, a los cuales armó y envió a la batalla. Israel derrotó a los madianitas y los destruyó como Dios les había ordenado. Entonces los rubenitas y los gaditas fueron a Moisés y al sacerdote Eleazar y a los líderes de la congregación, y les pidieron que les diesen la tierra al oriente del Jordán. Cuando Moisés escuchó esto, primero se molestó, pero al final aceptó la oferta cuando dijeron que los hombres de su tribu pelearían juntos y no regresarían a sus hogares hasta que cada tribu del oeste del Jordán (Canaán) fuera conquistada.

En el primer día del undécimo mes, cuarenta años después de que los israelitas salieran de Egipto, Moisés y los israelitas llegaron a las llanuras de Moab, al oriente del Jordán. Fue aquí donde Moisés habló a los israelitas por última vez (Dt 1:5). Después de explicar el largo viaje de cuarenta años desde Egipto hasta ese lugar, les hizo recordar que Dios era la fuente de la vida y la muerte, y que la obediencia producía bendiciones y la desobediencia conducía a la maldición, y también los animó a seguir guardando la ley. Después de esto, Moisés bendijo a los israelitas y subió al monte Nebo, y murió allí, donde pudo observar la tierra prometida, y fue enterrado en el valle. Moisés tenía ciento veinte años de edad cuando falleció.

Evaluación a Moisés

Moisés era “muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Nm 12:3). Apreció y amó a los israelitas aunque siempre se quejaban y murmuraban contra él. Oraba a Dios para el perdón de sus pecados y se dedicó a guiarlos a Canaán. Es por esto que la Biblia describe a Moisés como “fiel en toda la casa de Dios” (He 3:5). Moisés fue el único profeta al que Dios habló cara a cara, y desde su muerte, no hubo otro profeta como él en Israel.

Además, Moisés representaba a Cristo, que había de venir (Dt 18:17-18, Hch 3:20-22). La obra de Moisés era figura y sombra de lo que Jesucristo haría. Por ejemplo, la historia de Moisés levantando la serpiente de bronce en el desierto era una profecía de que Jesús sería levantado en la cruz (Jn 3:14-15). Las siete fiestas de tres tiempos, establecidas de acuerdo con las obras de Moisés, también eran profecías de lo que Jesús cumpliría.

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