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- Domingo de la semana de la pasión: Entrada en Jerusalén
- Lunes de pasión: maldición de la higuera estéril y purificación del templo
- Martes a miércoles de la semana de la pasión: Continuación de la enseñanza a través de profecías y parábolas
- Jueves de la semana de la pasión: celebración de su última Pascua y arresto
- Viernes de la semana de la pasión: Sufrimiento y muerte en la cruz
La vida de Jesucristo, quien vino a esta tierra según la profecía de la Biblia, fue la profecía misma. Sin embargo, los israelitas estaban atrapados en la idea fija de que el Mesías de la Biblia vendría con gloria, por lo que no reconocieron a Dios, a quien valoraban más que su vida, y lo crucificaron.
La semana de la pasión abarca desde el día en que Jesús entró en Jerusalén, montando un pollino, hasta su muerte en la cruz. Durante esa semana, Jesús celebró su última Pascua con sus discípulos, fue arrestado esa misma noche y sufrió aflicciones hasta el día siguiente. Conforme a la profecía de Isaías, Él fue traspasado, molido, herido, angustiado y juzgado, pero soportó todo esto en silencio. El amor de Jesucristo, quien se sacrificó hasta la muerte para la salvación de la humanidad, está grabado en la obra de la semana de la pasión.
Domingo de la semana de la pasión: Entrada en Jerusalén
Al final del ministerio del evangelio de tres años, antes de su última Pascua, Jesús llegó hasta Jerusalén con sus discípulos para cumplir la profecía. Cuando Jesús llegó a Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos cerca de Jerusalén, envió a dos discípulos a la aldea para que le trajeran un pollino (Mt 21:1-2, Mr 11:1-2). Los discípulos trajeron el pollino y pusieron sus mantos sobre su lomo, y Jesús se sentó encima de él. Entonces, la multitud que seguía a Jesús tendió sus mantos en el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino; agitaron las ramas de palmera y decían:
“¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”.
La gente dio la bienvenida a Jesús cuando entró en Jerusalén. Así se cumplió la profecía del Antiguo Testamento de que el rey de Sion cabalgaría sobre un pollino (Zac 9:9). Al final del día, Jesús fue a la ciudad a Betania con los doce discípulos.
Lunes de pasión: maldición de la higuera estéril y purificación del templo
A la mañana siguiente, en el camino de regreso de Betania a Jerusalén, Jesús y los que lo acompañaban vieron una higuera con hojas. Como Jesús tenía hambre, se acercó a ella, pero no halló fruto porque no era tiempo de higos. Jesús le dijo a la higuera que nunca más daría fruto.
Cuando entró en el templo, había mucho ruido por los que vendían. Jesús se enojó cuando vio las actividades comerciales para ganar dinero en el templo de Dios. Reprendió a la gente, diciendo: “Hacéis de mi casa una cueva de ladrones”, y los echó del templo. Por la noche, volvió a salir de la ciudad y se fue a Betania.
Martes a miércoles de la semana de la pasión: Continuación de la enseñanza a través de profecías y parábolas
1. Controversia con los líderes religiosos
Temprano a la mañana siguiente, cuando regresaron a la ciudad, los discípulos se sorprendieron al ver que la higuera de la que Jesús había hablado estaba seca desde sus raíces. Esta era una enseñanza de que Israel, que había sido comparado con la higuera, sería maldecido y destruido. Cuando Jesús entró en el templo, los líderes religiosos de aquellos días trataron de ponerlo a prueba con varios argumentos. Los fariseos preguntaron si era correcto pagar impuestos al emperador romano, para atrapar a Jesús. Ante esto, Jesús los detuvo con su respuesta: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Cuando los saduceos, que no creían en la resurrección, discutían acerca de esta, Jesús dijo: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. De esta manera, Jesús venció todos sus obstáculos con sus sabias respuestas. También comparó a los escribas y los fariseos con sepulcros blanqueados, que parecen justos por fuera pero están llenos de iniquidad por dentro, y advirtió que nunca escaparían de la condenación del infierno.
2. Profecía de los últimos días y su segunda venida
Cuando salió del templo, un discípulo señaló el edificio del templo y admiró su grandeza. Jesús profetizó que no quedaría piedra sobre piedra y que todo sería derribado. Cuando estaba sentado en el monte de los Olivos, los discípulos le preguntaron cuidadosamente cuándo sucedería esto y cuál sería la señal de su venida y del fin del siglo.
Jesús profetizó que las guerras, las hambrunas y los terremotos serían principio de dolores, y que muchos falsos cristos y falsos profetas aparecerían para engañar a muchos, y que por multiplicarse la maldad, el amor se enfriaría. En cuanto a las señales de su segunda venida, dijo: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas”. También pronunció la parábola del siervo fiel y el siervo malo, la parábola de las diez vírgenes, la parábola de los talentos, la parábola de las ovejas y los cabritos, etc. A través de estas parábolas, enseñó acerca de la fe que el pueblo de Dios debe tener en los últimos días. Habló todo esto dos días antes de la Pascua.
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Los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos, que tenían a Jesús como una espina en sus ojos, se reunieron en el palacio del sumo sacerdote Caifás y conspiraron para matar a Jesús. En ese momento, Judas Iscariote, uno de los doce discípulos de Jesús, se acercó a ellos en secreto. Él codiciaba tanto las riquezas que se enfadó con la mujer que había derramado un perfume caro y mostrado respeto a Jesús. Preguntó a los principales sacerdotes cuánto dinero le darían si entregaba a Jesús. Ellos aceptaron entregarle treinta monedas de plata, y desde entonces Judas buscaba la oportunidad de entregarlo.
Jueves de la semana de la pasión: celebración de su última Pascua y arresto
1. La Pascua celebrada con sus discípulos
Finalmente, llegó el día de la Pascua. Jesús envió a Pedro y a Juan a preparar la Pascua, diciendo: “Mi tiempo está cerca; celebraré la pascua con mis discípulos”. Y los discípulos prepararon la Pascua como Jesús les había dicho (Mt 26:17-19, Mr 14:12-16, Lc 22:7-13).
Cuando llegó la noche, Jesús y los discípulos se reunieron en un gran aposento alto. Antes de la cena de la Pascua, Jesús se levantó, tomó una toalla y se la ciñó y lavó los pies de sus discípulos con agua en un lebrillo (Jn 13:1-5). Es el trabajo de un siervo lavar los pies de su amo, por lo que Pedro se negó a que le lavaran los pies. Pero Jesús le dijo: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo”. Asombrado por las palabras de Jesús, Pedro le pidió que le lavara las manos y también la cabeza, pero Jesús dijo que el que está lavado, es decir, el que está bautizado, solo necesita lavarse los pies. Después de lavar los pies de los discípulos, Jesús dijo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”.
Jesús les dijo a sus discípulos: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!”. Y diciendo que el pan y el vino de la Pascua son su carne y su sangre, les dijo que comieran y bebieran. Él les permitió comer su carne y beber su sangre para que pudieran recibir el perdón de los pecados y la vida eterna. También dijo que la Pascua es el nuevo pacto en su sangre, y les ordenó que la hicieran en memoria de Él.
Así como Jehová Dios en el Antiguo Testamento liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto en la Pascua, Jesús en el Nuevo Testamento liberó a su pueblo que era esclavo del pecado y de la muerte a través de la Pascua del nuevo pacto (Jn 8:32-34, Ap 1:5). Jesús mandó a los discípulos que se hicieron un solo cuerpo en Cristo a través de la Pascua, diciendo: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Jn 13:34).
Esa noche Jesús profetizó que uno de sus discípulos lo traicionaría y que todos los discípulos se escandalizarían de él. Ante sus palabras, Pedro dijo que aunque todos se escandalizaran, él no lo haría. Pero Jesús dijo que esa noche antes de que el gallo cantara, Pedro lo negaría tres veces. Todos los discípulos, incluido Pedro, declararon que nunca negarían a Jesús aunque tuvieran que morir con Él.
2. Arresto después de orar en Getsemaní
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Después de guardar la Pascua, en medio de la noche, Jesús y sus discípulos subieron al monte Getsemaní. Entre sus discípulos, llevó consigo solo a Pedro, Juan y Santiago, y les dijo: “Quedaos aquí, y velad conmigo”. Y yendo un poco más lejos, oró fervientemente, pensando en el sufrimiento inminente. Después de orar tres veces, Jesús volvió a sus discípulos. Jesús pronto tenía que sufrir la terrible crucifixión, pero los discípulos que no sabían esto estaban durmiendo. Despertó a los discípulos dormidos, y les dijo que se acercaba el que lo iba a entregar.
Entonces vino una gran multitud, enviada por los principales sacerdotes y los ancianos, con espadas y palos. Judas Iscariote besó a Jesús según la señal concertada de antemano, y se acercaron a Él y lo arrestaron. Al ver esto Pedro, que estaba junto a Él, le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote. Jesús manifestó que todas estas cosas sucedían conforme a la profecía de la Biblia, y tocó la oreja del siervo y lo sanó.
Mientras la multitud arrestaba a Jesús y lo ataba, todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Jesús fue llevado ante Caifás, el sumo sacerdote. Los escribas y los ancianos se habían reunido y buscaban pruebas falsas contra Jesús para poder darle muerte, pero no las encontraron por mucho que lo intentaron. Entonces Caifás le preguntó a Jesús: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?”. Jesús respondió que sí. Al oír esto, Caifás rasgó sus vestiduras y dijo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos?”. La multitud enfurecida gritó que Jesús merecía la muerte, le escupió en la cara, lo golpeó con los puños y lo abofeteó.
Pedro, que seguía a Jesús de lejos, miraba todo esto en el patio exterior. Entonces se le acercó una criada y le preguntó: “¿No eres tú también el que estaba con Jesús?”. Pedro, turbado, lo negó y se apresuró a salir a la puerta, pero otra muchacha lo vio y dijo a la gente: “Este estaba con Jesús”. Luego lo volvió a negar con juramento: “¡No conozco al hombre!”. Un poco después, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: “Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre”. Él negó firmemente conocer a Jesús, y comenzó a maldecir, y a jurar que no lo conocía. Y en seguida cantó el gallo. Cuando vio que Jesús se volvía y lo miraba fijamente, Pedro recordó la palabra que le había dicho: “Antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. Y saliendo fuera, lloró amargamente (Mt 26:69-75, Lc 22:54-62).
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Viernes de la semana de la pasión: Sufrimiento y muerte en la cruz
1. Prueba y sufrimiento repetidos
En la madrugada de la Fiesta de los Panes sin Levadura, el día después de la Pascua, los principales sacerdotes y los ancianos tomaron la decisión de matar a Jesús y lo llevaron ante Pilato, el gobernador (Mt 27:1). Cuando Judas Iscariote vio esto, se arrepintió de su traición y devolvió las treinta monedas de plata que había recibido de los principales sacerdotes a cambio de entregar a Jesús. Pero ellos se negaron a recibirlas, así que tiró el dinero en el templo, y fue y se ahorcó.
Los principales sacerdotes y los ancianos llevaron a Jesús ante Pilato y lo acusaron, diciendo: “Este hombre trastorna nuestra nación. Se opone al pago de impuestos al César y afirma ser rey”. Cuando Pilato le preguntó a Jesús si Él era el rey de los judíos, Jesús respondió que sí. Los principales sacerdotes y los ancianos acusaron a Jesús de muchas cosas, pero Jesús no respondió, por lo que Pilato se asombró. Pilato, que no encontró pecado en Jesús, lo envió a Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, que estaba en Jerusalén en ese momento. Herodes interrogó a Jesús, pero Él no respondió. Entonces Herodes se burló de Jesús y lo envió de regreso a Pilato.
Al no encontrar argumentos para condenar a muerte a Jesús, Pilato consideró la costumbre de liberar a un prisionero en la Pascua y preguntó a la multitud si querían liberar al asesino Barrabás o a Jesús. Cuando los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud para que pidieran a Barrabás y ejecutaran a Jesús, la multitud señaló a Jesús y gritó que lo crucificaran. Pilato volvió a preguntar qué crimen había cometido este hombre, pero ellos lo instaron, gritando aún más fuerte: “¡Sea crucificado!”.
Al ver a los judíos exaltados y que se estaba armando un alboroto, Pilato tomó agua y se lavó las manos, diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros”. Todo el pueblo respondió con confianza: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”. Finalmente, Pilato liberó a Barrabás e hizo azotar a Jesús y lo entregó para que lo crucificaran. Entonces los soldados tomaron a Jesús y lo azotaron, le pusieron una corona de espinas en la cabeza, le escupieron, lo golpearon en la cabeza con una caña y se burlaron de Él con toda clase de insultos. Después de eso, pusieron la cruz sobre Jesús y lo llevaron al Gólgota.
2. Muerte en la cruz
Alrededor de las 9 a. m., los soldados clavaron las manos y los pies de Jesús para colgarlo en la cruz. Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Al ver a Jesús sufriendo en la cruz, la gente decía: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”, y los gobernantes se burlaban de Él, diciendo: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”. La gente pensaba que Jesús era azotado, traspasado y herido como castigo merecido por ser pecador, pero en el Antiguo Testamento está escrito que toda la aflicción que Jesús sufrió fue por nuestras iniquidades y transgresiones (Is 53:3-8). Jesús cumplió la profecía de la Biblia al aceptar el castigo por nuestros pecados en lugar de nosotros.
Dos ladrones fueron crucificados a ambos lados de Jesús, y uno de ellos lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!”. En ese momento, el ladrón a la derecha de Jesús reprendió al otro: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Al escuchar la petición del ladrón en su sufrimiento, Jesús respondió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, y le prometió la salvación.
Cerca del mediodía, las tinieblas cubrieron toda la tierra. Jesús, quien soportó seis horas de sufrimiento en la cruz desde las 9 a. m. hasta las 3 p. m., dijo por último: “Consumado es”, y entregó el espíritu. En ese momento, el velo del templo se rasgó de arriba abajo. Este día era la Fiesta de los Panes sin Levadura que conmemoraba las aflicciones del Éxodo de generación en generación, y era también el día de preparación del Día de Reposo, es decir, viernes.
Esa noche, un hombre rico llamado José, que seguía a Jesús, le pidió a Pilato el cuerpo de Jesús y se lo llevó. Envolvió el cuerpo en una sábana limpia y lo colocó en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña, e hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro (Mt 27:57-60). Jesús fue crucificado con ladrones y colocado en la tumba de un rico, cumpliendo la profecía de la Biblia: “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte” (Is 53:9).