El ministerio de Jesús durante cuarenta días después de su resurrección y la obra del Espíritu Santo

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Al amanecer del domingo, tres días después de la muerte de Jesús, las mujeres que creían en Él fueron al sepulcro para ungir su cuerpo. La piedra que cubría el sepulcro había sido removida, y un ángel vestido con una túnica blanca apareció ante las mujeres y dijo:

“No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron”. Mr 16:6

Las mujeres se apresuraron a dar esta noticia a los discípulos. Al oír esto, no lo creyeron porque sus palabras les parecían locura, pero Pedro corrió al sepulcro y miró dentro. Solo quedaban los lienzos de lino que habían envuelto el cuerpo (Lc 24:8-12).

Al final de los cuatro Evangelios y al comienzo del libro de Hechos, están escritos los hechos que sucedieron después de la resurrección de Jesús. Los discípulos estaban desanimados por el hecho de que Jesús había muerto después de sufrir, pero después de enterarse de que Jesús había resucitado conforme a la profecía, ganaron confianza en su fe. Mientras proclamaban con valentía que Jesús era el Salvador, una obra detonante del Espíritu Santo ocurrió en la iglesia después de la resurrección y la ascensión de Jesús.

Jesús se apareció ante sus discípulos después de su resurrección

Cuando Jesús resucitó, se apareció primero a María Magdalena, y también a los dos discípulos que iban de Jerusalén a un pueblo llamado Emaús (Lc 24:13-15). Los dos discípulos caminaban y hablaban con Jesús, pero no lo reconocieron. Cuando se lamentaron por la muerte de Jesús, Él testificó a través de la Biblia que Cristo tenía que padecer esas cosas y luego entrar en su gloria. Cuando Jesús llegó a Emaús, tomó el pan, dio gracias, lo partió y les dio. Entonces, los ojos de los discípulos fueron abiertos y reconocieron a Jesús, quien se apareció ante ellos y les abrió las Escrituras. Asombrados, los dos discípulos regresaron inmediatamente a Jerusalén.

Esa noche, los discípulos estaban reunidos en Jerusalén, con las puertas cerradas por temor a los judíos. Los dos discípulos de Emaús contaron cómo se encontraron con Jesús en el camino y cómo lo reconocieron cuando partió el pan. Entonces, de repente, Jesús apareció allí. Estaban espantados y atemorizados, pensando que veían el espíritu de Jesús. Jesús les mostró sus manos y pies y comió para que sus discípulos pudieran creer en su resurrección.

Tomás, que no estaba allí, más tarde lo escuchó de otros discípulos que habían visto a Jesús, pero no creía en su resurrección. Y les dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”. Ocho días después, cuando los once discípulos, incluido Tomás, estaban en la casa, Jesús apareció de nuevo. Y le dijo a Tomás: “Mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Entonces Tomás respondió y le dijo: “¡Señor mío, y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.

Después, siete discípulos, incluido Pedro, regresaron a Galilea y salieron a pescar. Aunque echaron sus redes toda la noche, no pescaron nada. Entonces apareció Jesús y les dijo que echaran la red al lado derecho de la barca. Cuando hicieron lo que Él dijo, pescaron una gran cantidad de peces. Los discípulos, que no reconocieron a Jesús al principio, se dieron cuenta de que fue Él quien hizo esa obra. Cuando Pedro regresaba de pescar, Jesús le preguntó tres veces: “¿Me amas?”. Cada vez que Pedro respondió que lo amaba, Jesús dijo: “Apacienta mis corderos”, “Pastorea mis ovejas” y “Apacienta mis ovejas”.

Jesús dio la misión de predicar el evangelio

Jesús dijo a sus once discípulos que vinieron a Galilea para verlo: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, y les dio la misión de predicar el evangelio (Mt 28:18-20).

Después de su resurrección, Jesús dio muchas pruebas convincentes de que estaba vivo, y se apareció a sus discípulos durante cuarenta días y les habló del reino de Dios. También mandó a los discípulos que no salieran de Jerusalén sino que esperaran el Espíritu Santo que el Padre les había prometido. Y dijo que los discípulos recibirían poder cuando el Espíritu Santo descendiera sobre ellos, y que serían sus testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta lo último de la tierra. Después de decir esto, fue alzado ante sus ojos (Hch 1:3-9).

La resurrección de Jesús tuvo una gran influencia en la fe de sus discípulos. Mientras Jesús predicaba el evangelio del reino antes de sufrir, los discípulos definitivamente escucharon las enseñanzas sobre la resurrección de los muertos (Mt 22:30, Jn 5:29). No obstante, no tenían una fe firme ni un entendimiento acerca de la resurrección, así que huyeron, cerraron la puerta y se escondieron, temiendo que los judíos los mataran después de la muerte de Jesús. Pero al ser testigos de la resurrección de Jesús, se convencieron del mundo espiritual y de la resurrección de vida. Predicaron valientemente el evangelio a pesar de la persecución de judíos y gentiles, y no dudaron en recorrer el camino del martirio. Como testigos de la resurrección de Cristo, dieron testimonio firmemente de la resurrección de Jesús frente a muchas personas, y también dejaron cartas testificando sobre la resurrección de vida que los santos recibirían en el futuro.

En el Día de Pentecostés, el día cincuenta después de la resurrección de Jesús, se derramó el Espíritu Santo

Después de la ascensión de Jesús, los discípulos se reunieron en Jerusalén para orar según lo que Él les había mandado. En el Día de Pentecostés, el día cincuenta después de la resurrección de Jesús, los discípulos estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y lenguas repartidas, como de fuego, se asentaron sobre cada uno de ellos.

Cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos, los discípulos comenzaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les daba que hablasen. Por el poder del Espíritu Santo, pudieron hablar idiomas extranjeros que no conocían. Los judíos, que se habían reunido en Jerusalén de todas las naciones para celebrar el Día de Pentecostés (la Fiesta de las Semanas), oyeron esto y acudieron en masa. Cuando oyeron a los discípulos de Jesús hablar en sus propias lenguas, asombrados, preguntaron: “¿No son galileos todos estos hombres que hablan? ¡Los escuchamos declarar las maravillas de Dios en nuestras propias lenguas!”.

Mas otros, burlándose, decían: “Están llenos de mosto”. Entonces Pedro, que estaba lleno del Espíritu Santo, se puso de pie y dijo que los discípulos hablaban en lenguas no porque estuvieran ebrios, sino porque habían recibido el Espíritu Santo como estaba profetizado en la Biblia. También testificó valientemente a través de la Biblia que Jesús, a quien los judíos habían matado, era el Salvador. Cuando Pedro les instó a recibir el perdón de los pecados y el Espíritu Santo a través del bautismo, tres mil personas se arrepintieron y se bautizaron ese día.

La revitalización de la Iglesia primitiva a través de la obra del Espíritu Santo

Los que aceptaron la palabra de Dios recibieron las enseñanzas de los apóstoles y se dedicaron a la comunión unos con otros y a la oración. Perseveraron unánimes cada día en el templo y alababan a Dios. Los apóstoles continuaron predicando con denuedo la palabra de Dios, y el número de los que se salvaban aumentaba de día en día.

Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración, y un hombre cojo en la puerta del templo llamado la Hermosa les pidió dinero. Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. El hombre cojo de nacimiento se puso de pie, caminó, saltó y alabó a Dios. Todo el pueblo estaba asombrado y se acercó corriendo a ellos. Pedro predicó con valentía a Jesús, diciendo que esta obra no había sido hecha por su propio poder o piedad, sino por la fe en el nombre de Jesús. Muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.

En ese momento, los líderes religiosos, que estaban disgustados con la predicación de los apóstoles, apresaron a Pedro y Juan y los metieron en la cárcel. Al día siguiente, los gobernantes judíos y los líderes religiosos se reunieron en el Sanedrín para interrogar a Pedro y a Juan. No temieron en absoluto, sino que testificaron con valentía: “Jesucristo, a quien vosotros crucificasteis, es nuestro Salvador, y no hay otro Salvador excepto el nombre de Jesús”. Entonces los líderes religiosos les advirtieron que no hablaran ni enseñaran nada en el nombre de Jesús, pero los apóstoles refutaron, diciendo: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”.

Después de ser liberados del Sanedrín, Pedro y Juan oraron fervientemente junto con los otros discípulos para predicar la palabra de Dios con gran denuedo. Después de orar, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios (Hch 4:23-31).

Jesús, el Cristo que vino a esta tierra según la profecía de la Biblia Jesús estableció el nuevo pacto en la Pascua para salvar a la humanidad de sus pecados, fue arrestado esa noche y murió en la cruz en la Fiesta de los Panes sin Levadura. A los ojos de los que no creían en Jesús, parecía que sufría porque no tenía poder, pero en realidad, Dios Todopoderoso se hizo el Cordero de Dios para quitar los pecados del mundo y se sacrificó en silencio (1 Co 5:7). Para aquellos que creyeron en Jesús, Él les permitió presenciar el milagro de su resurrección de entre los muertos al tercer día.

No solo para los discípulos sino para todos en aquellos días, era difícil creer que Jesús, quien había sufrido tanto y había muerto en la cruz, había resucitado de entre los muertos. Sin embargo, como estaba profetizado en la Biblia, todo ocurrió según la voluntad de Dios, no según el sentido común del hombre. La resurrección de Jesús fue un mensaje de esperanza y gozo para los santos. Después de la resurrección de Jesús, los santos lograron la asombrosa obra del evangelio por la esperanza viva de la resurrección, una fe más fuerte y el Espíritu Santo que se derramó el Día de Pentecostés.

La esperanza en la vida eterna y la resurrección, de la que Dios mismo dio ejemplo al venir en la carne, sigue vigente en esta época. La razón es que la Biblia profetiza que Jesús vendrá por segunda vez en carne y restaurará el nuevo pacto, la verdad de vida, que tiene la promesa de la salvación (He 9:28, Is 25:6-9).

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